Al compás inocente de una cancioncilla popular -tuuruutu tuttuutu taritu tataritutu- comenzó el juego. Primero ella, pequeña y grácil, con alegría y poco miedo jugaba así como se lucha. No había tiempo de distracciones, la cadencia requería risas de miliciano. La acrobacia de uno de los bandos anulaba el torpe balanceo de la cuerda. Ladronas de escudos con maña guerrera le ganaron la tarde a la ciudad de Oporto.
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